

Por: Nancy Gramigna
Un femicidio seguido de suicidio conmocionó a la comunidad y puso nuevamente en agenda la necesidad de pensar en la salud mental, el control de los impulsos y la falta de espacios de diálogo en la vida cotidiana.
El hallazgo de un automóvil en San Antonio de Areco con dos cuerpos sin vida volvió a poner en debate las múltiples aristas de la violencia. Según las primeras pericias, se trataría de un femicidio seguido de suicidio. La víctima, una mujer de 33 años, habría sido asesinada en otro lugar, y su pareja decidió luego quitarse la vida.
El hecho, lejos de ser aislado, se suma a una serie de noticias recientes que muestran la dificultad de comprender la violencia extrema. La licenciada en Psicología, Luciana Corti, analizó el tema y explicó que estos episodios dan cuenta de un “fracaso en el control de los impulsos”, fenómeno que también se manifiesta en situaciones más cotidianas, como discusiones de tránsito o conflictos menores que escalan rápidamente.
“En la violencia no hay recursos que sobran, hay recursos que faltan”, señaló Corti. Además, destacó que la intolerancia, el predominio del narcisismo y la pérdida de espacios de diálogo generan un contexto social donde los conflictos tienden a resolverse por la vía de la acción y no de la palabra.
La especialista advirtió que la violencia se alimenta tanto de problemáticas individuales —trastornos de personalidad, impulsividad— como de un entramado social complejo, atravesado por la falta de escucha y la dificultad de procesar los conflictos. “Vivimos en una sociedad del ‘ya’, donde parece que la palabra perdió lugar”, subrayó.
El caso de San Antonio de Areco vuelve a exponer la necesidad de políticas públicas y de una mirada integral que contemple la salud mental como un aspecto fundamental de la vida en comunidad.